Extraterrestres (Reflexiones de bebés 26)
Paco Abril
Pongamos que me llamo Rafael y que tengo 2 años y 2 meses.
¡Vaya sorpresa! Me acabo de enterar de que los bebés somos extraterrestres, esto es, que venimos de un planeta lejano. Lo sé porque una tía mía le dijo a mi madre que los bebés eran los seres más extraños e incomprensibles del mundo; que era imposible entendernos, pues habíamos sido engendrados en un lugar perdido de nuestra galaxia. Aseguró que jamás tendría hijos. Lo expresó así: “No quiero alienígenas correteando por mi casa”.
Mi madre la tranquilizó diciéndole que en parte tenía razón, ya que nadie sabe lo que pasa en el interior de un bebé, aunque se esfuerce en saberlo. Le explicó: “Es como si quisiéramos conocer cómo es un parque por dentro y sólo pudiésemos verlo desde fuera”.
Por eso me he propuesto intentar contaros no “qué es un bebé” –cosa que todos saben–, sino “cómo es ser bebé”. Pretendo explicar, desde dentro, nuestro modo de existir. Quiero responder a la pregunta: “¿Cómo es ser lo que yo soy?”. Y esto es muy, muy difícil.
Si os dijera que nuestro “cómo ser” consiste en vivir experiencias nuevas cada día, en sentir con intensidad, en aprender sin parar, en tratar de comunicarse sin tener ni idea de cómo hacerlo, en depender de los otros para alcanzar la independencia y en necesitar de su afecto inaplazablemente… parece que todo esto es no decir nada. Sin embargo, estoy afirmando que el modo de ser bebé es el de alguien que vive con intensidad, que lo que siente predomina en su vida, que aprende de una manera que los adultos no se pueden ni imaginar, que indaga, que saca conclusiones, que quiere entender el lenguaje de sus mayores y que se esfuerza en comunicarse con ellos, que no puede vivir sin los atentos cuidados de los adultos y que precisa de manera apremiante sentir el calor de quienes lo quieren. ¡Uf!, me ha costado resumirlo.
Le contaba mi madre a mi tía que un gran estudioso de nosotros, los recién llegados al mundo, afirmó que cambiaría todos sus títulos y premios por la oportunidad de pasar unos minutos dentro de la cabeza de un bebé, que daría diez años de sus investigaciones por experimentar la realidad como un niño de 2 años.