Escuchar 27
Paco Abril
Pongamos que me llamo Luis y que tengo 2 años y 11 meses.
Paseando con mi padre, me detuve a contemplar el escaparate de una juguetería lleno de juguetes. En el medio de todos ellos había un osito de peluche. Era el único peluche, y parecía triste. Con ojos que suplicaban “llévame contigo”, me rogó que lo sacara de allí. Y añadió algo misterioso: “Sólo seré yo de verdad cuando sea tuyo”. Por eso le pedí a mi padre: “Soito, soito quedo”. Lo que pretendía decir era: “Quiero al osito solito”. Mi padre captó mi petición y, como había ido con la intención de comprarme un juguete, me regaló aquel peluche tan necesitado de compañía.
Ahora Soito es mi compañero inseparable. Duermo con él, me acompaña a todas partes y, haga lo que haga y diga lo que diga, me comprende siempre. Una noche le conté que mi madre, irritada por algo que le había pasado en el trabajo, se enfadó conmigo y yo me quedé rabiado. En otra ocasión le expliqué que mi padre me prometió que me iba a contar un cuento pero que se durmió viendo la televisión y me sentí, ¡plof!, desalentado. Y en todos los momentos Soito me escuchó con total atención. Ahora ya sé lo que él es de verdad: es un escuchador. Escuchar parece fácil, pero no lo es. Se requiere atención, y no una atención cualquiera, sino una atención atenta. Sí, sí, aunque no lo creáis, y suene raro, puede haber una atención desatenta. Y, además, se da con mucha frecuencia. Lo compruebo todos los días en el parque. Hoy mismo, una madre iba a dar una papilla a una colega mía y le dijo: “Seguro que te va a gustar mucho, está riquísima”. La niña la rechazó, y la madre atenta afirmó: “Yo la probé y la encontré exquisita, no entiendo que no te guste”. Y un abuelo le dijo a su nieto: “Seguro que te va a entusiasmar jugar con este cochecito, ¿a qué sí?”. El bebé, que debía de ser de mi edad, no hizo ni caso al vehículo que le ofreció. El abuelo atento argumentó: “Si es una preciosidad, no entiendo por qué no lo quieres”.
Me pregunto y os pregunto: ¿todo lo que te gusta a ti les tiene que gustar a los demás?
Insisto, Soito escucha de una manera muy especial. Lo comprobé, sobre todo, el día que me riñó mi madre. ¡Uf!, me enfurecí tanto que cogí a mi querido peluche y lo estampé furibundo contra el suelo. ¿Qué culpa tenía él? Ninguna, claro está. Dándome cuenta de que había actuado mal, lo cogí y lo apreté contra mi pecho pidiéndole perdón por mi odioso comportamiento. Y él, mirándome con sus ojos comprensivos, me susurró al oído: “Tranquilo, no pasa nada, sé cómo te has sentido”. Al oír esto, lo achuché con más intensidad y se disipó mi rabia.