Reflexiones de bebés anónimos 28
¡Ya basta!
Paco Abril
No voy a decir cómo me llamo porque no hablo sólo en mi nombre, sino en el de muchos, muchos bebés.
¡Uf!, lo siento, vengo encendido. Mis colegas y yo estamos cansados, muy cansados. Pedimos que pare ya esta estupidez que nos invade. Exigimos volver a la normalidad. Y lo digo bien alto para que este mensaje les llegue a padres, madres, abuelos, tíos y demás familia. Por favor, difundidlo, ayudadnos a que lo reciba el mayor número de personas posible. Ayudadnos a combatir la desmesurada memez de la que somos actores y actrices a la fuerza. No queremos participar más en esta absurda representación.
El colmo de la gran tontería llegó una tarde de Carnaval. Mis padres me habían disfrazado de cachorro de perro y, muy ilusionados, me llevaron a pasear en mi sillita. Iban contentísimos con su perrito atado a su caseta desplazable. De repente, nos encontramos con un numeroso grupo de conocidos, que no amigos. Cada cual llevaba una especie zoológica diferente en su jaulita-sillita. Mis colegas de parque habían sufrido una extraña mutación. Acababan de ser transformados en osos, vacas, gatos, ardillas y qué se yo cuántos animales más.
Sin embargo, no protestamos porque nos hubieran convertido en animalillos que sacan a pasear, sino por lo que vino después. Sucedió cuando los familiares que nos acompañaban se volvieron locos. Armados con sus sofisticadas armas móviles, empezaron a dispararnos sin piedad. Y encima nos pedían que sonriéramos.
Una vez conseguido su trofeo de caza, capturado con su artilugio móvil, y sin siquiera mirarnos, empezaron a jugar a algo que ellos llamaban “guasapear”. Consistía en pasarse unos a otros las imágenes obtenidas de cada uno de sus cachorrillos. Aquel jueguecito, que a ellos les divertía cantidad, a nosotros no nos hacía ni la más mínima gracia.
La cosa continuó empeorando. Siguieron sin parar con sus “guasas”, mirando las ventanitas, riéndose sin sentido, intercambiando naderías. Y nosotros allí, atados, ignorados e incómodos. No nos veían más que a través de las malditas pantallitas. Y mucho ji, ji, ji y mucho ja, ja, ja, pero a nosotros, ni fu ni fa.
Entonces ocurrió: los bebés nos pusimos de acuerdo sin que nadie nos pusiera de acuerdo. Todos a una rompimos a llorar. Era nuestro clamor de protesta. Fue como si, de pronto, empezara a caer un impresionante aguacero. Los “ja, ja, ja” corrieron a refugiarse en sus guaridas.
Sin embargo, una vez en sus casas, ¡ag!, siguieron “guasapeando”.
Por favor, ¡ya basta!, que alguien nos ayude a parar este disparate. Estamos hartos, sí, hartos de que nuestras imágenes virtuales tengan más importancia que nuestras vidas reales.